miércoles, 20 de mayo de 2009

Sola en la inmensidad

Sometido a un tratamiento inhumano/deshumanizante,
Timmerman desesperó, como lo habríamos hecho todos.
Pegaba el ojo a la mirilla de la puerta de su celda
de confinamiento en solitario y miraba.
Desde el otro lado de la galería, enmarcados por 
otra puerta carcelaria, otros ojos miraban.
Ninguno de los dos presos podía saber
el color, la edad, ni siquiera el género del otro.
Sin nombres ni comunicación, 
ambos reconocieron el valor personal del otro
y su humanidad común.
Ambos sabían que el otro comprendía su sufrimiento.
Cada ojo proyectaba esperanza,
recordaba al otro que nunca estamos absolutamente solos.
.
Preso sin nombre, celda sin número - Jacobo Timmerman

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