Ya se había acostumbrado a hablar en voz baja,
con esfuerzo, pero se había acostumbrado.
Y había aprendido a no hacerse preguntas,
a aceptar que la derrota se cuela en lo hondo,
en lo más hondo, sin pedir permiso
y sin dar explicaciones.
Y tenía hambre, y frío, y le dolían las rodillas,
pero no podía parar de reír.
Reía.
La Voz Dormida - Dulce Chacón
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