- Todo está bien, no necesito que me acompañes.
- ¿Seguro?
- Claro que sí, ¿crees que yo te mentiría?
Sí, si te mentiría. Te mentiría a rabiar si con ello te quitara preocupaciones,
si con ello evitara que pasaras noches en vela pensando en mí.
Claro que te mentiría. Y seguiría mintiendo sin parar,
negando la realidad y perjurando que no me pasa nada.
Continuaría mintiendo hasta que el médico os dijera todo,
que corriera el velo de la mentira y dejara al descubierto la verdad,
dura verdad que yo traté de ocultar por todos mis medios.
La realidad es bien distinta al bagaje de colores que os mostraba
ante vuestros ojos, abanico ahora roto que deja trazos de vacío
y colores gris y añil (colores de melancolía).
Al sufrimiento de tener que soportar sola las noticias y
a las cavilaciones de ocultar la terrible realidad,
se le suman unos quejidos llorosos, una barbilla temblorosa
y un corazón encogido de dolor mientras, con la más triste de las voces, te dice:
- Mamá, me has fallado.
Divagaciones de diván, yo.